viernes, 20 de enero de 2012

No me muevas.

Quise recordarte con una sonrisa y a mi mente vinieron unos labios, los tuyos, una boca a medio abrir, una sonrisa a medio cerrar.
Unos dedos, los míos, intentando abrirse paso en un beso, aquel beso.
Una sonrisa, unos ojos, tus ojos. Tus manos, acariciando mi nuca, un escalofrío que recorre mi espalda y un temblor que invade mis piernas.


Es un sueño, es mi sueño, cerrado con llave de piedra, como mi miedo.
Abres las puertas, cierras mis miedos. Huele a nuevo, y me gusta.


Respiras, suspiro, me caigo, me coges. Sonrío, me miras, y en tu mirada, mi sonrisa reflejada.
Me gustan tus ojos cuando me miran, pequeña. Me gustan tus manos cuando me tocan. Me gustan tus labios cuando me besan. Y esa sonrisa, esa sonrisa de niña, acariciando mis dedos.


Me buscas, te pienso. Me encuentras, nos fuimos. A tu lado, no me muevo.
No me muevas.

lunes, 16 de enero de 2012

El efecto mariposa.

El efecto mariposa. Un pequeño, minúsculo y apenas perceptible cambio puede crecer y degenerar en el mayor de los desastres.
Uno de los mayores desastres provocados por una mariposa, ¿sería el amor?
¿Qué es sino el amor más que tragar mariposas, una tras otra, para evitar un desastre natural aún mayor?
El amor como desastre y salvación. Ironía pura, como la vida, ese periodo de tiempo existente entre la creación y la muerte, la concepción y la desaparición.
¿Quién puede explicar el amor? Yo no, pero creo que ustedes tampoco. No llegamos a más que sonrisas, mariposas. Unas piernas que tiemblan, unas manos que acarician, unos ojos que brillan, unas miradas que penetran. Y si sólo fueran las miradas... 
Recuerdo mi primer “amor”, ese amor de colegio a los tres años de edad. Yo, dulce niña de ojos verdes, de coleta y sonrisa eterna. Él, rubio y de ojos azules, el príncipe de toda princesa. Imaginen a la sirenita y a su príncipe. 
Con el tiempo resultó que aquella sirenita de ojos verdes no quería tener cola, ni de sirena ni de príncipe, por muy azul que éste fuera. Ariel resultó ser más de almejas, mejillones, conchas, vamos, que la pelirroja era de marisco. Pero esa es otra historia que no le habría gustado al señor Disney, No-Frost le tenga en su gloria.
Volviendo al tema en cuestión. ¿Cuántas mariposas han tragado? El otro día escupí una. Son menos bonitas cuando están llenas de babas, se lo aseguro. 
Poner una mariposa como ejemplo de belleza me parece una broma de mal gusto, las mariposas no son nada bellas de cerca. De lejos bien, con todos sus colorines y aleteos, sus vuelos y esas cositas. ¿Y la felicidad que da el hecho de que una mariposa se pose sobre ti? Qué vuelta a la infancia. 
Pero ya que volvemos a la infancia, volvamos a los columpios. Empezar desde abajo, mover las piernas, subir, querer subir más y no saber cuándo parar. Vértigo. ¿Es vértigo lo que se siente en el amor? Díganmelo, no lo sé. Vértigo, temblor, subir.
Siempre queremos subir más, aun sabiendo (o no) que nunca seremos capaces de dar la vuelta, invertir los hechos, volver a bajar y poder parar.
Hay dos maneras de parar un columpio, poco a poco o de golpe. La parada en seco lleva al salto o a una gran hostia. O a ambas. Siempre me gustó saltar, al menos te deja volar, soñar, creer que lo vas a lograr.
Esta vez he decidido saltar, ya estoy soñando. Por favor, no me despierten, a la Pelirroja le gusta demasiado soñar. 




sábado, 14 de enero de 2012

Buenos días, pequeña.

"¿Dónde guardas las ganas para que no me encuentren? ¿Dónde guardas los labios para que no me besen? ¿Y las miradas que no encuentran mis ojos?
Me pregunto en qué sábanas escondiste tu cuerpo. En qué puertas viviste una despedida.
No sé en qué parques caíste de rodillas ni en qué columpios le gritaste a la vida.
Quiero saber, saberlo todo. Quiero saberte, saborearte. Quiero tenerte, olerte, besarte y escucharte.
Quiero encontrarte, para encontrarme. Quiero sentirte, para sentirme. Vivirte, vivir. Y dormir, entre tus brazos, para soñarte. Despertar y despertarte a media noche. Buenos días, sólo un beso y volveré a soñar.
¿Y qué será de tu sonrisa? Ahora es mía, y tuyos serán mis labios y lo que de ellos surja. Mis miradas ya sonríen sin ver tus ojos, mis manos te sienten aún sin tu olor y mis labios buscan tu piel. 
Y así, en esta noche fría y blanca, te escribo, te pienso y te siento.
Una noche más, buenos días, pequeña."

jueves, 12 de enero de 2012

Tu ventana.

“Era demasiado tarde, ya la amaba demasiado.
De tanto amarla la odié, la odié no sin antes darme cuenta de lo necesaria que había llegado a ser. Despertar cada mañana y vaciar el alma sólo por encontrarla. Acostarme cada noche y seguir vacía sólo por poder soñarla. 
Así caminé durante años, a solas, que no sola, vacía y amante del frío más helado y la soledad más profunda. Amantes.”
Me desperté en medio de una habitación a oscuras, vacía toda ella, no escuchando más que el eco de mi propio respirar. 
Vi una luz, pequeña, tenue y clara. Traté de seguirla, a oscuras, con miedo a tropezar. Estaba sola, y ya todo daba igual.
¿Izquierda o derecha? Podía bailar. Puede que un tango, o mejor un vals. A solas, yo y la Oscuridad.
¿Bailamos? -le pregunté. No sé si me escuchó, no sé si lo pedí, sólo sé que no contestó.
 Y bailé, sola pero no a solas, Ella estaba conmigo. Ella me llenaba y me acogía, todo en aquella pequeña habitación, ahora lo sé. 
Seguí caminando hacia la luz, cada vez más lejana. Fue entonces cuando comprendí que no llegaría, que no la atraparía. Me senté, abracé mis rodillas y apoyando mi rostro sobre ellas no lloré.
Pensé en ella y en su luz y a pesar de unos ojos encharcados sonreí. Sonreí y me gustó y
como una idiota sonriendo traté de ignorar el llanto que trataba de salir, de apartarla de mí.
Pasaron las horas, o los días, o las semanas. Ya no sé si fueron meses. Me perdí para encontrarla, sin dormir ni soñarla. Despierta. Esta vez estaba despierta, con los ojitos cerrados y sin embargo, despierta. 
Abrí los ojos y vi su luz. Esta vez no traté de alcanzarla, dejé que ella viniera a mí y así fue. Lo que un día fue una pequeña ventana para escapar que se alejaba de mí hoy era la luz guía me que me seguía, para salvarme, para escaparme de Ella. 
La luz se paró, me quedé mirándola, fijamente, mientras iluminaba mi rostro, poblado por una sonrisa amarga. 
Ella me rozó la nuca a ojos de aquella luz, respiró sobre mi cuello y me susurró al oído “bella”. Sus manos se unieron en mi vientre y me abrazó. Sus manos recorrían mi cuerpo y su aliento estremecía mi piel. Mi amor era suyo, mi vida ya no. Lágrimas recorrían mis mejillas, dolor o placer, ya no lo sé, su boca mordía mi hombro, la mía se abría buscando el grito, grito que se ahogó en el vacío que dejaba. 
Cerré los ojos, Ella puso sus manos sobre mis hombros y bajó. Bajó a mi pecho y me erizó, siguió bajando por mi vientre y se adentró. Sin aviso, mis espasmos reflejaban su exorcismo y con él mi libertad. Aquella luz cada vez brillaba más, comenzaba a envolverme, me iluminaba, un poco más a cada espasmo.
Mis piernas no resistían el peso de las dos, yo lloraba y Ella siguió, siguió y no paró hasta el temblor.
Sentí cómo mis piernas me dejaban caer, presas de su efecto. Ella se fue, la luz me llenó, volvía a sonreír, en el frío suelo de aquella habitación que dejó de ser oscura.
Adiós -le dije-. Adiós, Oscuridad.