viernes, 15 de abril de 2011

Cual rosa.. (I)

“Solía ser normal en ella eso de mirar al infinito, mirar a ningún sitio, buscar la nada en el todo, sentir el todo en la nada.
Solía ser normal en ella, hasta que apareció.
Apareció aquel frío diciembre sin avisar, como un soplo de aire helado, como una ola de calor inesperada, como una tormenta. 
Como una tormenta perfecta que deja tras de sí los rayos del sol atravesando las nubes.
Y tan perfecta cual rosa era ella, y cual rosa también pinchaba.”
Boca de metro de Ascao, primer viernes de abril, cinco de la tarde. Salió y comenzó a andar, en dirección a la Parroquia, ése templo que más que divino parecía un mal parto de construcción que bien podía haber sido abortado. Pasó el parque y se sentó a esperar en uno de los bancos frente al colegio. Gritos, avalancha, se abren las puertas y los niños salen cual jauría de lobos hambrientos. Salieron dos angelotes sin alas, volando. 
La primera de cuatro años, pelo negro, ojos verdes, dulce, tez clara como la luna y una sonrisa iluminada por las más altas esferas del Olimpo. El segundo de siete, pelo rubio, ojos miel, tez clara, pecas colocadas cual cielo estrellado y repartidor de besos dulces para enamorar. Motivo de felicidad.
Oh si, era viernes, lo que significaba tarde en el parque, lo que para los niños era un placer y para ella una maldición. Ir al parque significaba madres, madres normales con hijos normales, casas normales, vidas normales... ¡Maridos normales!. Pero no, ella no tenía nada de eso. Ni marido ni suegra, el cotilleo ideal para esas "compañeras" del parque del viernes.
“Ya no le interesaban los amaneceres al lado de su cuerpo, los desayunos en la cama con un café, unas tostadas con tomate y una rosa (sin espinas). Prefería noches intermitentes de calor humano nunca antes probado. Renovar cada mañana, un borrón y cuenta nueva de pieles, cuerpos, olores y calores. Había descubierto a un nuevo ser en ella, dispuesto a disfrutar, a sentir y a vivir, un nuevo ser que clamaba sentir algo nuevo, sentirla a ella. 
A ella y a otras muchas, pues una experiencia abrió la puerta al camino de baldosas amarillas... ¡Y que baldosas! Un pasito, una baldosa. Otro pasito, otra baldosa. Y en cada baldosa una rosa, y en cada rosa unos labios que con unos brazos rodeaban de pasión un cuerpo olvidado.”
Ahora ella la tenía a ella. Ella era su rosa, ella era su olor por las mañanas, ella era su desayuno caliente. Y caliente era, tan caliente que quemaba. Y bella cual rosa también era y tan pura que pinchaba. 
Dicen que el amor que no duele no es amor verdadero, que el amor sin pasión no se disfruta, el amor si no desgarra no es amor... Desgarrar lo hacía y pasión tenía.
Para los niños no había alguien mejor y para ella tampoco. La vida sonreía, si, el sol salía cada mañana y si no lo hacía ya se encargaba ella de teñir de luz el día.

3 comentarios:

  1. Cada vez lo haces mejor. Mi pequeño Padawan.

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  2. Linda,la sensibilidad es lo que vale y aquí está por todos lados.
    Me gustan tus relatos, me gusta tu blog, pero lo que más me gusta de vos es que no te quedás en la chatura de la vida cotidiana. Seguí buscando, hay cosas maravillosas que viven por los rincones.
    ¡un besazo!
    ana

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