lunes, 16 de enero de 2012

El efecto mariposa.

El efecto mariposa. Un pequeño, minúsculo y apenas perceptible cambio puede crecer y degenerar en el mayor de los desastres.
Uno de los mayores desastres provocados por una mariposa, ¿sería el amor?
¿Qué es sino el amor más que tragar mariposas, una tras otra, para evitar un desastre natural aún mayor?
El amor como desastre y salvación. Ironía pura, como la vida, ese periodo de tiempo existente entre la creación y la muerte, la concepción y la desaparición.
¿Quién puede explicar el amor? Yo no, pero creo que ustedes tampoco. No llegamos a más que sonrisas, mariposas. Unas piernas que tiemblan, unas manos que acarician, unos ojos que brillan, unas miradas que penetran. Y si sólo fueran las miradas... 
Recuerdo mi primer “amor”, ese amor de colegio a los tres años de edad. Yo, dulce niña de ojos verdes, de coleta y sonrisa eterna. Él, rubio y de ojos azules, el príncipe de toda princesa. Imaginen a la sirenita y a su príncipe. 
Con el tiempo resultó que aquella sirenita de ojos verdes no quería tener cola, ni de sirena ni de príncipe, por muy azul que éste fuera. Ariel resultó ser más de almejas, mejillones, conchas, vamos, que la pelirroja era de marisco. Pero esa es otra historia que no le habría gustado al señor Disney, No-Frost le tenga en su gloria.
Volviendo al tema en cuestión. ¿Cuántas mariposas han tragado? El otro día escupí una. Son menos bonitas cuando están llenas de babas, se lo aseguro. 
Poner una mariposa como ejemplo de belleza me parece una broma de mal gusto, las mariposas no son nada bellas de cerca. De lejos bien, con todos sus colorines y aleteos, sus vuelos y esas cositas. ¿Y la felicidad que da el hecho de que una mariposa se pose sobre ti? Qué vuelta a la infancia. 
Pero ya que volvemos a la infancia, volvamos a los columpios. Empezar desde abajo, mover las piernas, subir, querer subir más y no saber cuándo parar. Vértigo. ¿Es vértigo lo que se siente en el amor? Díganmelo, no lo sé. Vértigo, temblor, subir.
Siempre queremos subir más, aun sabiendo (o no) que nunca seremos capaces de dar la vuelta, invertir los hechos, volver a bajar y poder parar.
Hay dos maneras de parar un columpio, poco a poco o de golpe. La parada en seco lleva al salto o a una gran hostia. O a ambas. Siempre me gustó saltar, al menos te deja volar, soñar, creer que lo vas a lograr.
Esta vez he decidido saltar, ya estoy soñando. Por favor, no me despierten, a la Pelirroja le gusta demasiado soñar. 




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