jueves, 12 de enero de 2012

Tu ventana.

“Era demasiado tarde, ya la amaba demasiado.
De tanto amarla la odié, la odié no sin antes darme cuenta de lo necesaria que había llegado a ser. Despertar cada mañana y vaciar el alma sólo por encontrarla. Acostarme cada noche y seguir vacía sólo por poder soñarla. 
Así caminé durante años, a solas, que no sola, vacía y amante del frío más helado y la soledad más profunda. Amantes.”
Me desperté en medio de una habitación a oscuras, vacía toda ella, no escuchando más que el eco de mi propio respirar. 
Vi una luz, pequeña, tenue y clara. Traté de seguirla, a oscuras, con miedo a tropezar. Estaba sola, y ya todo daba igual.
¿Izquierda o derecha? Podía bailar. Puede que un tango, o mejor un vals. A solas, yo y la Oscuridad.
¿Bailamos? -le pregunté. No sé si me escuchó, no sé si lo pedí, sólo sé que no contestó.
 Y bailé, sola pero no a solas, Ella estaba conmigo. Ella me llenaba y me acogía, todo en aquella pequeña habitación, ahora lo sé. 
Seguí caminando hacia la luz, cada vez más lejana. Fue entonces cuando comprendí que no llegaría, que no la atraparía. Me senté, abracé mis rodillas y apoyando mi rostro sobre ellas no lloré.
Pensé en ella y en su luz y a pesar de unos ojos encharcados sonreí. Sonreí y me gustó y
como una idiota sonriendo traté de ignorar el llanto que trataba de salir, de apartarla de mí.
Pasaron las horas, o los días, o las semanas. Ya no sé si fueron meses. Me perdí para encontrarla, sin dormir ni soñarla. Despierta. Esta vez estaba despierta, con los ojitos cerrados y sin embargo, despierta. 
Abrí los ojos y vi su luz. Esta vez no traté de alcanzarla, dejé que ella viniera a mí y así fue. Lo que un día fue una pequeña ventana para escapar que se alejaba de mí hoy era la luz guía me que me seguía, para salvarme, para escaparme de Ella. 
La luz se paró, me quedé mirándola, fijamente, mientras iluminaba mi rostro, poblado por una sonrisa amarga. 
Ella me rozó la nuca a ojos de aquella luz, respiró sobre mi cuello y me susurró al oído “bella”. Sus manos se unieron en mi vientre y me abrazó. Sus manos recorrían mi cuerpo y su aliento estremecía mi piel. Mi amor era suyo, mi vida ya no. Lágrimas recorrían mis mejillas, dolor o placer, ya no lo sé, su boca mordía mi hombro, la mía se abría buscando el grito, grito que se ahogó en el vacío que dejaba. 
Cerré los ojos, Ella puso sus manos sobre mis hombros y bajó. Bajó a mi pecho y me erizó, siguió bajando por mi vientre y se adentró. Sin aviso, mis espasmos reflejaban su exorcismo y con él mi libertad. Aquella luz cada vez brillaba más, comenzaba a envolverme, me iluminaba, un poco más a cada espasmo.
Mis piernas no resistían el peso de las dos, yo lloraba y Ella siguió, siguió y no paró hasta el temblor.
Sentí cómo mis piernas me dejaban caer, presas de su efecto. Ella se fue, la luz me llenó, volvía a sonreír, en el frío suelo de aquella habitación que dejó de ser oscura.
Adiós -le dije-. Adiós, Oscuridad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario